Poco después del comienzo de la obra maestra de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (1967), el fundador de Macondo (ese famoso pueblo ficticio y polvoriento, epicentro del universo literario colombiano) les enseña a sus hijos a leer y escribir presentándoles ‘las maravillas del mundo’: “no sólo hasta donde alcanzaban sus conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación” (García Márquez, 1978:21).
Esto puede interpretarse como una suerte de modelo de escritura, y también como la forma de leer el texto tan mágico y realista que el lector está por empezar. Es allí donde yace la energía y la ambigüedad que hacen de la escritura de García Márquez algo tan convincente. En esta, la primera novela de lo que Occidente dio en llamar “los países en vías de desarrollo”, se convoca al lector a un acto de imaginación política, a abandonar la pasividad y atreverse a inventar un nuevo tipo de realidad. A la vez sugiere que la literatura no puede ser más que ficción, y cualquier realidad alternativa no pasa de ser fantasía. De allí que, en las postrimerías de la novela, cuando la última persona de la siguiente generación en creerse la verdad sobre una masacre –autorizada entre murmullos oficiales– de huelguistas en una plantación bananera de propiedad estadounidense (el momento político clave de la narración) le pregunta al cura de su parroquia qué tan cierto fue aquel hecho, el cauto sacerdote responde “a mí me bastaría con estar seguro de que tú y yo existimos en este momento” (García Márquez, 1978: 354).
Sin embargo, y a pesar de lo oscuro de algunos pronunciamientos de García Márquez, sus convicciones políticas siempre fueron de vital importancia, aún cuando tenían un deje de melancolía. En muchos casos, el tema central de su trabajo y su visión de América latina es la forma en que los grandes sueños casi siempre terminan convertidos en fracasos desastrosos. Los personajes de García Márquez recrean este dilema en repetidas ocasiones, haciendo eco a héroes del continente como Simón Bolívar o Ernesto “Ché” Guevara. De hecho, el único intento de novela histórica del autor, El general en su laberinto (1989), fue una reflexión sobre el mustio fin de los días de un Bolívar apocado cuyo sueño americano se había marchitado sin esperanza aparente -quizá reflejando una valoración que tiempo después haría el mismo García Márquez-, muy a pesar de su sonada amistad con Fidel Castro, sobre el antiguo líder venezolano Hugo Chávez.
Los hitos en la vida de García Márquez son muy conocidos: su brillante carrera de periodista, su asociación cercana al Boom de la Nueva Novela Latinoamericana y el culto al Realismo Mágico, su premio Nobel en 1982 y la época de celebridad posterior; finalmente, su transformación en ícono, seguida por su adentramiento en la vejez. Después de su aparente victoria sobre el cáncer, la novela semi-autobiográfica de Gabo del año 2001 irónicamente llevaba por título un desafío: Vivir para contarla. El título evoca el final de una de las novelas más famosas del autor, a menudo vista como celebración del deseo amoroso desmedidamente optimista, El amor en los tiempos del cólera (1985), en el que un Florentino Ariza envejecido jura que amará a Fermina Daza durante el resto de sus vidas – “toda la vida” (García Márquez, 1985: 473). Lo que “toda la vida” pueda significar para un hombre de 76 años que ha esperado casi 54 este momento sigue siendo un misterio.
Empero, el meollo es sin duda la dignidad. Lo que se encuentra en el núcleo de una gran parte del trabajo de García Márquez es el sentido de adaptabilidad y templanza inquebrantable del latinoamericano de a pie en tanto sus esperanzas sociales caen en la desgracia de la dura realidad una y otra vez. Sí, fue un ícono mundial y una influencia tremenda en la literatura (¿Acaso sin García Márquez existirían las novelas de Salman Rushdie, John Irving, Toni Morrison, Ben Okri, Arundhati Roy o Patrick Süskind?). Pero, además, en tanto le es posible a alguien tan famoso, se conservó como hombre del pueblo. Algunos colombianos hallaron decepcionante que las primeras honras fúnebres del escritor tuvieran lugar en Méjico en lugar su tierra natal. Sin embargo, esto es una muestra de cómo Gabriel García Márquez se convirtió en mucho más que un novelista de Colombia, llegando a ser una voz de los pueblos latinoamericanos y un paradigma de imaginación e independencia para el mundo entero.
FUENTE: PHILIP SWANSON
Universidad de Sheffield, Reino Unido
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