El Liberalismo y Romanticismo de Octavio Paz

A la vista de los muchos fracasos asociados al neoliberalismo en el Tercer Mundo, parece promisorio explorar algunas posibilidades de mitigar los excesos de esta doctrina en la realidad. Un gran liberal, como fue sin duda Octavio Paz, mantuvo hasta su muerte la convicción de que la democracia pluralista, la opción por el individualismo y el régimen de libertades públicas, representarían la herencia más noble y rescatable de la modernidad occidental. El liberalismo en la praxis política es —o debería ser— el civilizado reconocimiento de los otros. Una porción central de este legado está encarnada en las concepciones liberales de la política y la economía, sobre todo en la vigencia irrestricta de los derechos humanos y en el respeto a los individuos de parte del Estado. La moderna democracia liberal se distingue por el valor atribuido al ciudadano autónomo: no debería haber una participación forzosa y manipulada en los asuntos políticos.

Pero la libertad no es la única aspiración humana, dice Octavio Paz; de igual rango son la fraternidad, la justicia, la igualdad y la seguridad. El mérito del romanticismo histórico es
haber llamado temprano la atención sobre estos temas. La mutilación y parcelación del ser humano, la carencia de solidaridad y la falta de lazos emotivos, que también son características del mundo moderno y de la democracia liberal, conducen a que los seres humanos estén aislados, angustiados y siempre descontentos: la libertad se revela como una pesada carga. La sociedad contemporánea arranca al individuo de su comunidad orgánica y de sus lealtades primarias. El liberalismo doctrinario diluye todas las ataduras (incluyendo las religiosas) y expone sin más a los ciudadanos al mero azar y al mercado implacable. Paradójicamente, esta corriente prepara así el camino para los diferentes totalitarismos, pues éstos prometen esa fraternidad, ese calor humano y esa comunión con los otros que el gélido ámbito del consumismo a ultranza, del “todo vale”
y de la perfección técnica no pueden brindar.

Pero este análisis no significa un retorno al socialismo.

La crítica de Octavio Paz a la Unión Soviética y al experimento cubano resultaron clarividentes. La naturaleza de esos regímenes fue descrita tempranamente por Paz como la combinación de la opresión y la violencia, la atrocidad y el cinismo. Estos “monumentos a la esquizofrenia” no tenían nada de libertarios; eran “estados kafkianos” en la vida cotidiana, que en sus momentos más terribles degeneraron en “paranoias sanguinarias”. El escritor mexicano supuso que estos modelos tenían mucho de una pseudorreligión totalitaria y muy poco de las tradiciones utópicas del marxismo original. Crearon nuevos cultos de lo absoluto: la sabiduría infalible del partido y del jefe, la divinización de las metas históricas, la justificación de cualesquiera medios a causa de la pretendida superioridad de los fines, los individuos reales al servicio de una abstracción ideológica. En suma: una nueva iglesia totalitaria. En la antigua Unión Soviética, Paz percibió la tradición zarista, autocrática y arcaica, apenas encubierta por las máscaras del socialismo igualitario, la industrialización forzada y la modernidad técnica.

Cuando el sistema socialista se derrumbó en 1989/1991, Paz acentuó su crítica a la combinación de globalización y capitalismo salvaje que desde entonces se ha apoderado del planeta. El colapso del socialismo ocurrió casi simultáneamente con la expansión del consumismo a escala mundial y de la economía de libre mercado. A comienzos del siglo XXI podemos afirmar que esta evolución no ha producido ni la felicidad de los pueblos, ni la instauración de regímenes más razonables que los anteriores, ni menos todavía un auténtico renacimiento cultural. La actual democracia de masas está unida inextricablemente a la manipulación de los votantes por medio de la llamada industria de la conciencia. Por otra parte, el mercado desregulado ha destruido en amplias zonas del planeta la agricultura de subsistencia, que estaba bien adaptada a entornos ecológicamente precarios. Es decir: el progreso tecnológico ha aniquilado un saber milenario basado en conocimientos particulares, opuestos a recetas de vigencia global. La “antigua” comprensión de los ecosistemas naturales ha sido reemplazada por la utilización indiscriminada de productos industriales “modernos”, cuya bondad a largo plazo es más que dudosa. No hay duda de que estos aspectos de la globalización resultan deplorables y perniciosos.

Octavio Paz creyó que el liberalismo era aceptable en cuanto instrumento y no como meta normativa. Llegó a la sabia conclusión de que los mecanismos del mercado libre y las instituciones de la democracia moderna constituyen sólo instrumentos y caminos al servicio de fines morales. A la sociedad liberal contemporánea dirigió esta severa crítica: “La marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros. […] La publicidad destruye la pluralidad no sólo porque hace intercambiables los valores sino porque les aplica el común denominador del precio. En esta desvalorización consiste, esencialmente, el complaciente nihilismo de las sociedades contemporáneas. […] Nada menos democrático y nada más infiel al proyecto original del liberalismo que la ovejuna igualdad de gustos, aficiones, antipatías, ideas y prejuicios de las masas contemporáneas”.

Paralelamente a su defensa del liberalismo, Octavio Paz trató de rescatar elementos fundamentales de la tradición romántica, es decir de aquello que queda más allá de la razón instrumental y de su geometría: la fraternidad y unidad entre los mortales, las vivencias del amor, los paraísos vislumbrados en el éxtasis utópico, la integridad del ser humano y la experiencia religiosa. Se trata de valores que poseen una dignidad superior: son fines en sí mismos. Paz se opuso a la aceleración de la historia, y en su obra poética se empeñó en detener, al menos por un instante, la marcha perversa del tiempo. Para Octavio Paz la salvación genuina —si es que la hay— está fuera del tiempo, de los afanes políticos y de los aspectos cuantitativos del mercado: en el amor, la poesía y la religiosidad.

FUENTE: H. C. F. MANCILLA

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